Aprendiendo buenas características: Entender lo efímero de los bienes materiales y tener nuestro corazón limpio de toda codicia.

No existe bien material que no sea efímero, que no sea perecedero, puede durar aun millones de años pero llegará a su fin, o en un momento dado será transformado como lo dice la ley de la conservación de la masa y la teoría de la relatividad, a final de cuentas un bien como lo conocemos, jamás será eterno.
También podríamos decir que no podemos poseer eternamente un bien aunque durara millones de años, porque nuestra propia vida en esta tierra es perecedera, por lo que un bien cambiará de dueño al morir nosotros.
Es realmente importante que entendamos esta característica de los bienes materiales, para poder trascender en la espiritualidad, es justamente cuando lo entendemos que tenemos una mejor y mayor comprensión y valoración de la espiritualidad.
De otra manera nos mantendremos en los afanes de la vida, mismos que son motivados por la fascinación que algunos bienes materiales nos causan al tenerlos frente a nosotros, porque quien no siente una atracción inexplicable por el oro, las piedras preciosas o los lujos y comodidades de una mansión o de un auto ultramoderno, porque una cosa es verlos inalcanzables y otra muy distinta el no desearlos o no admirarlos.
Cuando el Señor Jesús dijo que buscáramos primeramente el reino de Dios y su justicia, se refería justamente a que nuestro enfoque debe estar en la espiritualidad que es eterna y que si lo lográbamos entonces lo material sería añadido, hablando de lo material al punto más básico que es el alimento y el vestido, pero si buscar lo básico ya es un afán que distrae, cuanto más lo que es lujo o comodidad.
En las escrituras encontramos este pasaje:
Marcos 13:1-2 “1 Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios. 2 Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.”
Este pasaje normalmente es usado para citar la predicción por parte de Jesús de la destrucción del templo, pero algo que a mí en especial me llama la atención es la expresión de admiración del discípulo cuando dice: “Maestro, mira qué piedras, y qué edificios.”, y quien no habría expresado tal fascinación si el templo era majestuoso, como lo dice Josefo:
“Ahora bien, la fachada exterior del Templo no carecía de nada que pudiera sorprender la mirada o el pensamiento de los que la contemplaran. Estaba cubierta totalmente de planchas de oro de gran peso; y al amanecer reflejaban un esplendor como de fuego, y obligaban a los que se atrevían a mirarlo a retirar la mirada, como si se tratara de los mismos rayos del Sol. Pero este Templo. Aparecía a los extraños, cuando estaban todavía a cierta distancia, como una montaña nevada; porque, por lo que se refiere a las partes que no estaban cubiertas de oro, eran totalmente blancas…”
Sin embargo aún cuando fuera justificada esa admiración, el Señor Jesús les dice de algún modo y permítanme decirlo de esta manera, ustedes creen que estas piedras y estos edificios por su belleza y majestuosidad serán eternos, están equivocados, porque no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.
Esto es, no se maravillen por estos bienes, porque aun los más grandes y fuertes serán destruidos, así que si bien es entendible apreciar la belleza y el esplendor, no debemos permitir que nuestro corazón sea contaminado con sentimientos o deseos equivocados por dichos bienes, porque también la palabra dice que raíz de todos los males es el amor al dinero y que donde está el tesoro de los hombres ahí está su corazón.
La gravedad de tener el corazón puesto en los bienes materiales estriba en que la escritura dice que del corazón mana la vida, por tanto si nuestro corazón está en lo perecedero, pereceremos cuando ya no los poseamos o cuando desaparezcan, en cambio si lo ponemos en lo eterno, así también nuestra vida será eterna.
Porque que mayor tesoro que la salvación y por ende la vida eterna, que mayor tesoro que estar en el cielo con nuestro Dios, que mayor tesoro que estar cara a cara con Jesús nuestro Señor y Salvador, no lo hay, así que entendamos con claridad lo efímero de los bienes materiales y conservemos limpio nuestro corazón de toda codicia.
Dios les bendiga.